lunes, 27 de junio de 2011

Democracia y Modo de Producción Capitalista: ¿Una contradicción en los términos?


Estimados educandos, 
Dado que son Uds. el futuro del país y que contamos con cada uno de vosotros para construir en el futuro una democracia mucho más profunda, participativa y efectiva -¡¡¡vaya carga sobre sus espaldas!!!-, les adjunto el texto que estamos trabajando en clase para seguir discutiendo acerca de los "problemitas" de nuestras democracias en América Latina.
 
Tengamos siempre presente que, aún con todas sus limitaciones, estas democracias son indiscutiblemente preferibles a cualquie régimen autoritario. Sobre todo después de nuestra visita de hoy a la Ex-ESMA.
¡A perfeccionarla entonces!

Un abrazo,
Pablo

“Raíces de la resistencia al neoliberalismo”
Un análisis de las Democracias en Latinoamérica
(fragmentos: selección de cátedra)
Atilio Boron[1]

El fracaso del neoliberalismo
Después de casi treinta años de cruentos ensayos, iniciados en el Chile de la sangre todavía caliente de Salvador Allende en 1973, continuado luego por la dictadura genocida establecida en la Argentina en 1976 con el objeto de instaurar el predominio del capital financiero y diseminado posteriormente como una pestilencia medieval por todo el Tercer Mundo, el veredicto de la experiencia histórica es inapelable: (1) el neoliberalismo ha demostrado ser incapaz de promover el crecimiento económico, y en este sentido su desempeño ha resultado ser, tomando un período suficientemente largo, uno de los fiascos más estruendosos de la historia económica del siglo veinte, con tasas de crecimiento muy inferiores a las de los períodos que le precedieron; (2) el neoliberalismo ha fracasado de manera aún más rotunda en redistribuir los ingresos y las rentas, pese a las reiteradas promesas en contrario, ahora silenciosamente archivadas, de las argumentaciones basadas en la "teoría del derrame", esa engañifa que pretendió pasar por una verdad revelada. No hubo tal cosa: los ricos se enriquecieron cada vez más al paso que la gran masa de la población se sumergía más profundamente en la pobreza; (3) al dar rienda suelta a las tendencias predatorias de los mercados el neoliberalismo provocó notables fracturas de todo tipo al instituir un verdadero "apartheid" económico y social que destruyó casi irreparablemente la trama de nuestras sociedades y debilitó hasta límites casi desconocidos la legitimidad del estado democrático trabajosamente instaurado en los años ochentas del siglo pasado.
Todo este cuadro no podía sino tener consecuencias bien significativas en lo relativo a la constitución de nuevos sujetos políticos, por cuanto:

a) precipitó el surgimiento de nuevos actores sociales que modificaron de manera notable el paisaje sociopolítico de varios países. El caso de los piqueteros en la Argentina; o los pequeños agricultores endeudados de México, nucleados en "El campo no aguanta más," arrojados a la protesta social por el despojo y la exclusión económica y social a que los someten las políticas neoliberales son de los más conocidos. Habría que agregar también en esta categoría a los jóvenes privados de futuro por un modelo económico que los condena y a toda una variedad de organizaciones de inspiración identitaria –de etnia, género, opción sexual, lengua, etcétera- y los movimientos "alterglobalización" (sobre los cuales volveremos después) hastiados de la mercantilización de lo social y las políticas de supresión de las diferencias promovidas por el neoliberalismo;

b) acrecentó la gravitación de otras fuerzas sociales y políticas ya existentes pero que, hasta ese momento, carecían de una proyección nacional debido a los insuficientes niveles de movilización y organización que las caracterizaban y a las dificultades para instalar sobre el terreno de la política nacional sus formatos organizativos, tácticas de lucha y reivindicaciones históricas. En una enumeración que no pretende ser exhaustiva señalaríamos el caso de los
campesinos en Brasil y México, o el de los pueblos originarios en Ecuador, Bolivia y partes de México y Mesoamérica;

c) atrajo a las filas de la contestación al neoliberalismo a grupos y sectores sociales intermedios, las llamadas "clases medias", a causa de sus impactos pauperizadores y excluyentes o, como en el caso argentino, por la lisa y llana expropiación de sus ahorros sufrida por estos grupos a mano de los grandes bancos y con la complicidad del gobierno. Los "caceroleros" argentinos son un ejemplo muy concreto, pero también lo son los médicos y trabajadores de la salud en El Salvador; o los grupos movilizados por la "Guerra del agua" en Cochabamba; o la resistencia a las políticas privatizadoras del gobierno peruano en Arequipa.

Los infranqueables límites de los "capitalismos democráticos"
En segundo término es preciso decir que el surgimiento de estas nuevas expresiones de resistencia al neoliberalismo se relaciona íntimamente con el fracaso de los "capitalismos democráticos" en la región. Aclaremos que preferimos utilizar esta expresión en lugar de las más usuales como "democracias capitalistas" o "democracias burguesas" porque, tal como lo
demostráramos en otra parte, estas acepciones más corrientes ofrecen una imagen distorsionada de la realidad política y social de los estados de la región al sugerir que en ellos lo esencial es su componente democrático siendo lo "capitalista," o lo "burgués," meros aditamentos adjetivos a un orden político que fundamentalmente democrático cuando la realidad enseña exactamente lo contrario. Baste con señalar que la frustración generada por el desempeño de los regímenes llamados democráticos en esta parte del mundo ha sido intensa, profunda y prolongada.
Fue de la mano de estas peculiares "democracias", que florecieron en la región a partir de los años ochenta, que las condiciones sociales empeoraron dramáticamente. Mientras que en otras latitudes el capitalismo democrático –fundamentalmente en los países centrales- aparecía como promotor del bienestar material y cautelosamente tolerante ante las reivindicaciones igualitaristas que proponía el movimiento popular –e insistamos en eso de que aparecía porque, en realidad, tales resultados eran consecuencia de las luchas sociales de las clases subalternas en contra de los capitalistas– en América Latina la democracia trajo bajo el brazo políticas de ajuste y estabilización, precarización laboral, altas tasas de desocupación, aumento vertiginoso de la pobreza, vulnerabilidad externa, endeudamiento desenfrenado y extranjerización de nuestras economías. Democracias pues vacías de todo contenido, reducidas –como recordaba Fernando H. Cardoso antes de ser presidente del Brasil– a una mueca sin gusto ni rabia incapaz "de eliminar el olor de farsa de la política democrática", causado por la incapacidad de ese régimen político para introducir reformas de fondo en el sistema productivo y "en las formas de distribución y apropiación de las riquezas."
En este sentido, nuestra región apenas si ha conocido el grado más bajo en la escala de desarrollo democrático posible dentro de los estrechos márgenes de maniobra que permite la estructura de la sociedad capitalista. Democracias meramente electorales, es decir, regímenes políticos sustantivamente oligárquicos, controlados por el gran capital con total independencia de los partidos gobernantes que asumen las tareas de gestión en nombre de aquél, pero en donde el pueblo es convocado cada cuatro o cinco años a elegir quién o quiénes serán los encargados de sojuzgarlo. Con democracias de este tipo no es casual que, al cabo de reiteradas frustraciones, se produzca el renacimiento de fuerzas sociales de izquierda y el avance de los movimientos que resisten a la globalización neoliberal.

La problemática de la organización
En tercer lugar habría que decir que este proceso ha sido también alimentado por la crisis que se ha abatido sobre los formatos tradicionales de representación política. Pocas dudas caben de que la nueva morfología de la protesta social en nuestra región es un síntoma de la decadencia de los grandes partidos populistas y de izquierda, de los viejos modelos de organización sindical y de las formas tradicionales de lucha política y social. Decadencia que, sin duda, se explica por las transformaciones ocurridas en la "base social" típica de esos formatos organizativos debido a: (i) la creciente heterogeneidad del "universo asalariado"; (ii) la declinante gravitación cuantitativa del proletariado industrial en el conjunto de las clases subalternas; (iii) la aparición de un voluminoso "subproletariado" –denominado "pobretariado" por Frei Betto– que incluye a un vasto conjunto de desocupados permanentes, trabajadores ocasionales, precarizados e informales, cuentapropistas de subsistencia y toda una vasta masa marginal a la que el capitalismo ha declarado como "redundante" e "inexplotable." Esto, en una sociedad como la capitalista que se asienta sobre la relación salarial, significa que esas masas ya no tienen derecho a vivir. De ahí que con sus políticas y sus criminales de "cuello blanco" y con estudios doctorales de economía en los Estados Unidos el neoliberalismo practique una silenciosa pero efectiva eutanasia de los pobres en América Latina, África y Asia.

La decadencia de los formatos tradicionales de organización se relaciona, como si lo anterior no fuera poco, con la explosión de múltiples identidades (étnicas, lingüísticas, de género, de opción sexual, etc.) que redefinen hacia la baja la relevancia de las tradicionales variables clasistas. Si a esta enumeración le añadimos la inadecuación de los partidos políticos y los sindicatos para descifrar correctamente las claves de nuestro tiempo, la esclerosis de sus estructuras y prácticas organizativas (no en todos los casos igual, pero sí predominantemente), y el anacronismo de sus discursos y estrategias comunicacionales, se comprenderán muy fácilmente por un lado las razones por las cuales estos entraron en crisis y, por el otro, las que explican la emergencia de nuevas formas de lucha y movimientos de protesta social. Unas y otros son también síntomas elocuentes de la progresiva irrelevancia de las llamadas instituciones representativas para canalizar las aspiraciones ciudadanas, lo que a su vez explica, al menos en parte, el visceral –¡y suicida!– rechazo de las fuerzas sociales emergentes a enfrentar seriamente la problemática de la organización que tantos debates originara a comienzos del siglo veinte en el movimiento obrero, y el creciente atractivo que sobre dichos sujetos ejerce la "acción directa". Tal como lo demuestra contundentemente la experiencia argentina, es de la mayor importancia abrir una discusión que permita dilucidar las razones por las cuales un vigoroso movimiento popular pudo poner fin a un gobierno, el de la Alianza presidido por Fernando de la Rúa, pero no pudo poner fin al ensayo neoliberal. Lo mismo aconteció en Ecuador y, más recientemente, en octubre del 2003, en Bolivia. Esta asignatura está aún pendiente en los movimientos populares de América Latina.

[1] Atilio Borón es Sociólogo y Politólogo de la UBA. Es autor de numerosos trabajos y libros.

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